lunes, 9 de mayo de 2016



Hace poco Juan me dijo que a él, como a mi, le gustaba mucho El Principito. Ahora, Juan se ha ido como el Principito, demasiado pronto, mordido por la serpiente: la única manera de regresar a su mundo. Y la serpiente tenía buen veneno; no le hizo sufrir. 

Pero nos ha dejado desolados. Todos los que le conocimos, durante más o menos tiempo, le echaremos de menos y miraremos de noche las estrellas; porque Juan, nuestro pequeño príncipe, estará en una de ellas y, al mirarlas, tendremos que sonreír sin remedio aunque tengamos los ojos y el corazón llenos de lágrimas:

“Cuando mires al cielo, por la noche, como yo habitaré en una de ellas, será para ti como si rieran todas las estrellas. ¡Tú tendrás estrellas que saben reír!
(…) Y cuando te hayas consolado (siempre se encuentra consuelo) estarás contento de haberme conocido. Serás siempre mi amigo...”

Y aunque ahora estemos terriblemente tristes (tan tristes que solo queramos ver puestas de sol) sabemos que ha sido un honor que Juan nos haya “domesticado” que hayamos “creado lazos” que nos unirán para siempre; más allá de estos cuerpos que quedarán aquí como viejas cortezas abandonadas. Porque nos volveremos a ver en quién sabe qué mundos y conoceremos las flores que ahora cuida y sabremos por fin lo que es importante, eso que no se ve.

Pero mientras llega ese momento, deseo consuelo para sus padres, para la joven que compartía su vida y sus ilusiones, para sus hermanos, para sus familiares y amigos, para todos los que abriremos de noche la ventana buscando a Juan en las estrellas. Para todos a los que nos resultan agradables las puestas de sol.

Hasta luego, Juaniko, Pequeño Príncipe, merece la pena tanto dolor a cambio del privilegio de haberte conocido.